Este escrito es un extracto de mi libro: "Panagia, La Santísima Virgen María, Exposición y Apologética de algunos títulos Marianos"
Existe una figura que conecta la anunciación del nacimiento de Juan el Bautista a Zacarías el levita, con el nacimiento de Jesús a María la virgen, y esta figura es ese ser que ejerció la función de mensajero de Dios: el Arcángel Gabriel. En la mentalidad actual no parece haber demasiada diferencia entre si el ángel que anunció el nacimiento del Hijo de Dios fue Gabriel u otro de los mensajeros del Todopoderoso, sin embargo dentro de un contexto judío y su mentalidad hebrea, la concepción de este evento cambia radicalmente adquiriendo un significado profundo. Lo primero que un judío se podía haber preguntado, y ahora nosotros debemos preguntarnos es: ¿Cuándo fue la última vez que se mencionó al arcángel Gabriel en las sagradas escrituras? ¿Qué relevancia tiene este arcángel en el anuncio de la salvación?
Tanto Zacarías como María habrían sabido que la última vez que aparece Gabriel en los escritos sagrados fue en el noveno capítulo del libro de Daniel, cuando el pueblo de Dios había estado en exilio durante 70 años. El profeta Daniel, en este contexto, decide indagar en la escritura cuánto es el tiempo que Dios dejaría a su pueblo en esa situación, concluyendo que serían efectivamente setenta años (cf. Daniel 9, 2); con esto en mente, procede a orar a Dios para la restauración de Israel (cf. Daniel 9, 3-19), sin embargo luego se nos narra que Gabriel se le apareció y le dijo que no serían solo 70 años, como pudo haber investigado en las escrituras (cf. Jeremías 25, 11; 29, 10), sino que por la misma desobediencia de los judíos serían más bien setenta veces siete, es decir 490 años.
(Esta cifra se obtiene analizando el hebreo, lo que comúnmente se traduce como “semanas”, que en hebreo es “shabua” se entiende como “período de siete” que pueden ser tanto días, como años. Por lo que en Daniel 9, 24, cuando se menciona que son “Setenta semanas”, literalmente está diciendo “setenta períodos de siete”, es decir 490, y sean días o años. Lo comúnmente aceptado a través del sentido inmediato es que se trata de años, pues el contexto fuerza, entre otras cosas, a pensarlo por el versículo dos y el uso de la palabra “shanah” (año), que es la medida con la que se inician los números de vaticinio en ese capítulo)
La profecía fue escrita aproximadamente a finales del siglo VI e inicios del siglo V antes de Cristo, por lo que tiene sentido que luego de un tiempo similar a 490 años, el mismo ángel Gabriel vuelve a intervenir en el mundo para anunciar todo aquello que había sido profetizado en el pasado, primero a un sacerdote de la tribu de Leví, y luego a una Virgen de la estirpe de David; esto es lo que los judíos podían considerar como una señal de la restauración del pueblo de Dios, de la liberación, de la redención de los pecados a través del ungido, es decir, del mesías, pues fue aquel ángel que prometió a Daniel la venida de un Redentor, el mismo que lo estaba ahora anunciando.
Ahora bien, esta restauración del pueblo, traería consigo nuevamente la presencia de Dios para los judíos, pero esta vez no a través de una arca sagrada hecha de la mano de hombres, sino de un arca santa hecha de la mano de Dios: María la toda santa, que no solamente traería la presencia de Dios al mundo, sino también a Dios mismo, quien como mesías redime a su pueblo de los pecados y los reconcilia con Dios.
Pero es aquí donde el paralelo apenas empieza; el evangelista San Lucas deseaba transmitir a sus lectores, la coincidencia total de aquellos “setenta períodos de siete”, pero de una forma bastante original, y hasta cierto punto “invisible” si no atendemos a la mentalidad judía. Los judíos. quienes atienden un calendario lunar y no solar como el nuestro, poseen una contabilidad de meses que varían entre los 29 y 30 días, llamando a los meses de 29 como “huecos” y a los de 30 como “completos”.
Esto hace pensar que, dentro de planteamientos teóricos y prácticos, los meses judíos tienen 30 días, también las profecías y relatos que tenían en cuenta los meses tendrían también este número como un estándar para contabilizarlos. Es por eso que, teniendo en cuenta este punto, el evangelista Lucas presenta el día 1 del anuncio como ese en que Gabriel habló a Zacarías acerca del hijo que tendría con su esposa Isabel.
(Otro de los argumentos para afirmar que teóricamente los meses bíblicos son de 30 días, se encuentra en la narración del diluvio, en donde se menciona que las aguas disminuyeron en 150 días (cf. Génesis 8, 3), lo que comúnmente se toma como cinco meses, ya que desde Génesis 7, 11 hasta 8, 4 se totalizan los 150 días, a los que se puede llegar contabilizando cada mes teniendo 30 días, empezando en el mes 2 el día 17 y terminando el día 17 del mes séptimo)
Aproximadamente seis meses después de ese acontecimiento (es decir, en el día 180), Gabriel se aparece y anuncia a María el nacimiento de Cristo de su vientre virginal (cf. Lucas 1, 26), ella da su asentimiento a la voluntad de Dios y luego se nos narra que se dirige hacia la casa de su familiar Isabel quien también estaba embarazada. permaneciendo con ella tres meses (por lo que ya estamos en el día 270), que es cuando nace Juan el bautista (cf. Lucas 1, 56-57).
En ese momento María ya está en su tercer mes de embarazo, pues pasó esa cantidad de tiempo donde Isabel, por lo que faltan seis meses más para el nacimiento del Salvador del mundo. Luego de pasados esos seis meses, el Verbo se hace carne y habita entre nosotros (estamos en el día 450).
Ahora vale preguntarnos: ¿Qué hace falta al evangelista San Lucas para llegar a la cifra esperada de 490?, la respuesta se encuentra tiempo después de su nacimiento, en la presentación de Jesús en el templo que se realiza exactamente 40 días después de haber nacido, por lo que se logra obtener un total de 490 días desde la aparición de Gabriel en el Nuevo Testamento, hasta la consagración de Jesús como el primogénito, el “santo de Dios”.
De esta forma el evangelista logra dar un mensaje que conecta esos setenta períodos de siete que antes eran años, con su otra posibilidad, que son días, y nos brinda el mensaje de que así como el Arca de la Alianza había traído al pueblo la presencia de Dios, pero que debido a las conquistas de los reinos paganos dejó de estar con el pueblo y fue escondida por el profeta Jeremías (cf. 2 Macabeos 2, 4-5), esta Arca nos es descubierta de nuevo, trayendo gozo y alegría al pueblo de Israel pues es signo visible de que la promesa que Dios dio a través de Gabriel, se ha cumplido por su divina gracia; es por eso que Simeón, con paz en su corazón exulta: «[Señor] puedes dejar irse en paz a tu siervo, porque vieron mis ojos tu salvación, la que tú preparaste a la vista de todos los pueblos» (Lucas 2, 29-31).
El propósito no es entonces poner en primer lugar a María como Arca de la Nueva Alianza, sino más bien que es a través de esta nueva Arca que Dios vuelve a establecer su presencia en el pueblo, porque Jesús, que es Dios con nosotros, está presente tal y como Él lo había prometido en el pasado. Así como el pueblo esperaba una nueva manifestación de la presencia de Dios para ser salvado; es por medio de María Virgen, Arca de la Nueva Alianza, que Dios mismo se nos presenta, asumiendo nuestra propia naturaleza, hecho carne, para reconciliarnos consigo mismo, por su amor.
Por: Cairo José Sánchez Sáenz
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