La ardiente verdad acerca del Purgatorio - Cuculmeca Apologética

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viernes, 2 de noviembre de 2018

La ardiente verdad acerca del Purgatorio


Introducción:

Escrito por Curtis Martin para St Paul Center.

De todas las enseñanzas católicas incomprendidas - y sí que hay algunas - el purgatorio se considera a menudo como el más desconcertantes. 

Miles de católicos abandonan la Iglesia cada año. Su fe es cuestionada y su educación religiosa no es suficiente para enfrentarse a los desafíos. Probablemente hayas escuchado estas preguntas: 

"¿En qué parte de la Biblia dice que tiene que acudir a un sacerdote para confesarse?" 
"¿Dónde dice que el papa es infalible?" 
"¿Dónde dice que María fue concebida sin el pecado original?" 
“¿En qué parte del mundo, católicos, recibieron la enseñanza sobre el purgatorio?” 

Estas son preguntas fuertes. Pero aunque lo sean, no se comparan con las grandes respuestas que las Escrituras y la Tradición apostólica tienen para ofrecer.


Desarrollo:

Cuando comencé a investigar sobre la enseñanza del purgatorio, lo hice como católico apartado y como protestante evangélico. Utilicé las herramientas que mis amigos evangélicos me habían dado: la Sagrada Escritura, la oración y las amistades centradas en Cristo. 

Sabía que no era suficiente simplemente detenerme con la pregunta: “¿Dónde está el purgatorio en la Biblia?” Como cristiano, las dos verdades más fundamentales que sostenía eran la Trinidad: tres personas en un Dios: Padre, Hijo, y el Espíritu Santo, y la Encarnación, que el Hijo eterno, en un momento de la historia, asumió la naturaleza humana y se hizo hombre como nosotros en todas las cosas, excepto en el pecado. Y, sin embargo, la palabra "Trinidad" y la palabra "Encarnación" no estaban en ninguna parte de las Escrituras. Es decir, las palabras no estaban, pero las enseñanzas si lo estaban.

Mientras leía el Nuevo Testamento, encontré un pasaje en la Primera Carta de San Pablo a los Corintios que me pareció muy sorprendente. Al abordar el tema mismo del pecado dentro de la comunidad cristiana, aquellos que eran creyentes y habían aceptado el Señorío de Jesucristo en sus vidas, San Pablo dice:


Nadie puede poner otro sino el que está puesto, que es Jesucristo. Si sobre este fundamento uno edifica con oro, plata, piedras preciosas o maderas, heno, paja, su obra quedará de manifiesto; el día, efectivamente, la manifestará, ya que ha de manifestarse en el fuego, y es este fuego el que probará cuál fue la obra de cada uno. Aquel cuya obra subsista recibirá el premio, y aquel cuya obra sea abrasada sufrirá el daño; él, sin embargo, se salvará, pero como quien pasa por fuego. 1 Corintios 3:11-15

El pasaje es bastante claro: el oro y la plata, cuando se colocan en un horno, se purificarían; La madera y el heno serían quemados. 

Mientras, la Escritura dice que sufriremos el daño, pero seremos salvados "como a través del fuego". La imagen del purgatorio se estaba volviendo más vívida a medida que leía. ¿A qué más podría estar refiriéndose San Pablo? Él no puede referirse al infierno, porque está claro que las personas que se someten a este "fuego purificador" se salvarán, mientras que los que están en el infierno se perderán para siempre. Y por otro lado, no puede estar refiriéndose al cielo, porque menciona el sufrimiento de un daño, mientras que en el cielo toda lágrima será eliminada (Apocalipsis 21:4).

Las Escrituras enseñan que Dios es un "fuego consumidor" (Hebreos 12:29). El punto que San Pablo parece señalar es que, cuando Dios nos atrae a Sí mismo después de la muerte, hay un proceso de purificación en el fuego de la santa presencia de Dios. Dios mismo nos purifica de esas obras imperfectas: la madera, el heno y el rastrojo. Y aquellas obras que se hechas en fidelidad y obediencia a Cristo por el poder del Espíritu Santo, las de oro y plata, son purificadas. Esta purificación es necesaria porque, como las Escrituras nos enseñan sobre el cielo —la nueva Jerusalén— y el templo dentro de ella, “nada impuro entrará en ella” (Apocalipsis 21:27).

“Purgatorio” proviene de la palabra latina purgatorium. En las Escrituras, encontramos referencias a una vida futura que no es el infierno de los condenados, ni el cielo. En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea sheol se usa para describir esta condición; En el Nuevo Testamento, el término griego es hades. Siempre había pensado que hades era el infierno, pero las Escrituras enseñan muy claramente que hades no es el infierno; es distinta de la gehenna, o el lago de fuego que es el infierno de los condenados. 

De hecho, el Libro de Apocalipsis describe cómo, al final de los tiempos, la muerte y el hades son arrojados al infierno (gehenna). Esta es la segunda muerte, el lago de fuego. La Escritura enseña que al final de los tiempos, no hay más muerte; una vez que la purificación de todas las almas ha tenido lugar, ya no hay necesidad de hades. Estas dos realidades, muerte y hades, se destruyen en el infierno, mientras que los condenados permanecerán allí para siempre (Apocalipsis 20:14-15). Este mismo concepto de sheol (en hebreo), hades (en griego) y purgatorium (en latín) es purgatorio como lo conocemos hoy (Catecismo 1030–32).


Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. CIC 1030


La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Corintios 3:15; 1 Pedro 1:7) habla de un fuego purificador: CIC 1031 A


«Respecto a ciertas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mateo 12:31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4,41,3) CIC 1031 B


Esta enseñaza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 Macabeos 12,46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos: CIC 1032 A


«Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Job 1:5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisótomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41,5). CIC 1032 B

El misterio oculto detrás de la enseñanza del purgatorio es nuestro llamado a vivir en Dios por toda la eternidad, lo que nos obliga a actuar de forma perfecta (Mateo 5:48). Incluso con una fe profunda, la vida cristiana es difícil. Estamos llamados a manifestar una generosidad enorme y, sin embargo, la generosidad duele en esta vida. No importa lo que se nos pida dar, parece que nos agotamos: de tiempo, de energía, de dinero. Dios nos llama a reconocer esta debilidad, a esta pobreza, a acudir a Él y pedir ayuda para poder llenarnos de Su gracia.

En el cielo, la generosidad no hará daño; La falta de generosidad dolerá. Esto se debe a que en el cielo Dios se entregará total y completamente a nosotros, sin retener nada. Nuestra capacidad de recibir de parte de Él dependerá completamente de nuestra capacidad, a su vez, de nuestra capacidad de devolver inmediatamente. Sino entonces, el don de Dios nos destruiría. ¡Como explotar un globo de agua con una aguja! Solo cuando aprendemos el hábito de una entrega completa y total, podremos experimentar el gozo del cielo.

Conclusión:

Esta es la vocación de los fieles cristianos: aceptar la obra terminada de Jesucristo y permitir que esa obra se aplique a nuestras vidas por la obra del Espíritu Santo, para que los que son justificados sean santificados. Para nosotros solos es imposible. Pero con Dios, todo es posible.

Traducido por: Cairo José Sánchez Sáenz

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